Tiene el aspecto de típico chaval de barrio -una pequeña trenza en el pelo y un pendiente en la oreja izquierda-, pero las canas no engañan y le catapultan a la categoría de ‘Veterano’, aunque su espíritu también le reste años. Me escucha toser y observa un pañuelo en mi mano derecha. “Para el catarro: ajo, miel y limón”, apunta. Natural, como sus remedios, y hecho a sí mismo, Patxi Orofino (Pamplona, 54 años) es un korrikolari ‘pro’ con alma de corredor popular.
El tabaco y una especie de crisis existencial le unieron para siempre a eso que ahora llaman ‘running’. “Yo digo que salgo a correr y ya está”, matiza alejándose del nuevo término.
Todo comenzó a los 26 años y, desde entonces, sólo una lesión le ha alejado una temporada de las zapatillas. “Estaba harto de fumar. Me levantaba tosiendo, me lavaba los dientes y me daban arcadas. Así que decidí correr para dejarlo, en plan radical”, confiesa. Hace una pausa mirando a un punto perdido, como para bucear más en los recuerdos, y añade: “También para romper un poco con la vida que tenía entonces”. No profundiza más, pero sonríe al rememorar al joven que fue. “Los primeros días, a los diez minutos ya tenía que parar. Pasaba penurias y muchas agujetas”, recuerda. Entonces, corría junto a los ‘Amigos de la Vuelta del Castillo’, los martes y los jueves.
La Media Maratón de Pamplona, en mayo, fue su primera carrera. Paró el crono en 1 hora y 32 minutos. Quería debutar en casa. Su siguiente meta, la Maratón de San Sebastián, cinco meses después. Entonces consiguió completar la distancia de Filípides en 2 horas y 59 minutos. “Utilizaba unas zapatillas normales y corrientes, las que tenía en casa, y acabé con tendinitis”, comenta entre risas. Con los dos retos superados, quiso más, se enganchó. “Al principio el objetivo es acabar, después se convierte en algo personal, en superar tus marcas, y, entonces, ves que ya no tienes remedio”, considera sin perder la sonrisa.
Patxi Orofino es el perfecto ejemplo de que quien quiere, puede. Con un trabajo que le ‘mordía’ demasiadas horas a su jornada, este korrikolari “pamplonica de toda la vida” aprendió a exprimir los minutos que le quedaban. “Bajaba al curro, en Berrioplano, corriendo; me cambiaba y, luego, después de trabajar, lo mismo. Así me daba tiempo a entrenar”, detalla. Una rutina que le curtió como corredor, y que quizá esté detrás de sus triunfos. Porque los hay y muchos. Aunque se empeña en mantenerlos en la sombra, le persiguen las luces de un palmarés que atesora, entre otros, el título de Campeón de España de Veteranos de 10.000 metros en 2014 en Monzón.